Necesidad Mortal - Parte 1

Necesidad Mortal - Parte 1 - Saihôshi Fanfic



Recuerdos.

Eso era lo único que le quedaba de ella. Lo único a lo que aferrarse con desesperación ahora que todo había acabado, sentenciando cruelmente que no volvería a ver el brillo en sus ojos. Solo quería recordar, pero que el dolor siguiera latiendo, porque era la única forma de no sentirse tan horriblemente culpable.



El Sol brillaba en lo alto del cielo, sin nubes que lo ocultaran, poco antes del mediodía. Los aspirantes del patio de la sede del este se concentraban formando un denso círculo, como solían hacerlo algunos días. Entre la multitud solo se encontraba una chica, observando atenta cómo un muchacho golpeaba hasta la saciedad a otro más joven que él, con menos fuerza y, obviamente, mucho más indefenso. Sin embargo eso no parecía detenerle, y ella vio con admiración cómo el pequeño se levantaba, tambaleándose, tras cada caída.

Oía los abucheos y los gritos de euforia. Miró entre las personas, pero la que ella buscaba no estaba allí. Quizá volviera a estar castigado o simplemente no interesarse por la pelea. Luego, volvió a centrarse en los movimientos que realizaban los contrincantes. Su lugar allí no era más que interés en técnicas. No disfrutaba viendo cómo intentaban matarse.

El menor cayó definitivamente al terreno casi perdiendo la consciencia, pensó en ayudarle cuando el bullicio se hubiera dispersado. Pero fue entonces cuando sintió una mano empujarla al centro del círculo con brusquedad, haciendo que cayera cerca del anterior derrotado. Sacudió la cabeza para entender completamente en lo que se acababa de meter, o en lo que la acababan de meter.

Intentó sacar de los límites al chico caído, empujándolo contra la parte de personas que ella creía que le ayudarían, con quienes le había visto alguna vez. Tras ver cómo la multitud absorbía al joven, se levantó y buscó a su ahora enemigo. Los alumnos comenzaron a murmurar hasta llegar a gritos.

-¡Es Siley!

-¡La chica!

Y empezaron los golpes.

Cruzó los brazos frente a su rostro, protegiéndolo y cubriendo parte de su pecho. Retrocedió varias veces, pues su atacante había decidido no esperar para ganar. Ya no podía escapar de allí. Puñetazos, patadas, algún que otro codazo. Ellos tenían sus reglas: nada de armas, ni cuchillos robados, ni piedras, solo tu cuerpo. Ningún profesor ni guardia podía enterarse de ello, tampoco. Y, por encima de todo, no recibir ayuda externa, a menos que fuera, obviamente, de vital importancia o peligro mortal. El combate era uno contra uno y romper eso se consideraba juego sucio. Y el juego sucio estaba muy valorado entre los aspirantes.

Siley nunca había formado parte de aquello. Tenía alguna pelea ocasional y respondía si la provocaban, pero no le gustaba ir buscándose problemas. Se cansó de solo defenderse y le asestó una patada en la rodilla al chico, que se sorprendió. Este se tambaleó y se lanzó hacia delante golpeando a la chica, haciendo que volviera a caer, esta vez de espaldas. Ella notó un escalofriante crujido procedente de su columna vertebral al encontrarse con el suelo. Intentó levantarse, cuando notó un fuerte impacto en el costado resultado de la patada del moreno. Sintió cómo el estómago le subía a la garganta y deseaba vomitar, el aire evacuó sus pulmones de golpe y su cabeza se mareaba. Tosió mientras lograba, dolorosamente, hacer pasar aire a su cuerpo.

Ante su mirada cada vez menos borrosa, escuchó.

-¡Acaba con ella!

-¡Es una niñata!

-¡Es chica, es débil!

-¡Remátala!

La ira hirvió en sus venas. No iba a permitir que la humillara.

Vio una nueva embestida y, antes de que llegara a tocarla, agarró su pierna y tiró de ella. Automáticamente el chico cedió al suelo, Siley se irguió para colocarse encima de él y lanzarle puñetazos con ambas manos. Cuando terminó, se levantó y, aún con los puños cerrados y las uñas clavándose en sus palmas, se dispuso golpearle de una patada, a lo que él respondió aferrando su mano a su tobillo, deteniéndola, antes de que se zafara de su agarre y concluyera el ataque.

El chico se retorcía en el terreno y los gritos de la multitud se habían apagado. Un momento de silencio dio paso a un estallido de abucheos y expresiones incrédulas. Alguien empezó a gritar su nombre, y al segundo se oía un coro mal organizado. Siley sonrió, estaba orgullosa de sí misma.

-Te arrepentirás, zorra -dijo el chico con odio, de forma que, entre las aclamaciones, solo ella pudo oírle.

Todos se fueron dispersando después y pensó en alejarse de aquel chico que se levantaba con ayuda de sus compañeros. Siley sabía que ser derrotado por una chica era algo que él detestaba. Ella no quería haber participado, alguien la había empujado, con intenciones buenas, malas o sin intención alguna, pero había hecho que entrara.

Cerca de allí, un chico moreno salía al patio después de retrasarse en uno de sus entrenamientos especiales, sin profesores. Caminó sin rumbo hasta que alguien le detuvo.

-¡Eh, Yinn! ¿Te has enterado?-exclamó un joven rubio y el aludido hizo un gesto con la cabeza para que siguiera- Siley le ha dado una paliza a Mike.

-¿Siley? -Yinn alzó las cejas, sorprendido.

-La misma. Se lanzó al círculo después de que Mike dejara para el arrastre al nuevo -aseguró mientras hacía una mueca-. Desde que tú no participas se ha vuelto aburrido, Mike les tritura, no les da oportunidad. Pero parece que existen los milagros -dijo riendo-. Veremos si se mantiene invicta.

-¿Sabes dónde está? -y antes de que su acompañante pudiera mirarle de forma sorprendida añadió-: Voy a ver si a la muy fantasma se le ha subido la fama a la cabeza.

-La vieron ir hacia el lago -señaló el pequeño bosque que había que atravesar para llegar a él, un diminuto oasis apartado dentro de la sede.

-Vale, gracias -colocó una mano en su hombro-. Nos vemos luego.

El rubio asintió.

Se adentró en la densa maleza. No quería a comprobar lo que había dicho, pero si preguntaba por el paradero de la chica sin dar explicaciones, o dando las verdaderas, le haría muchas preguntas que no deseaba responder. La encontró a la orilla del lago, con la camiseta anudada a un lado de su pecho, dejando al descubierto más de media espalda. Se acercó a ella.

-Avísame cuando te quites algo -dijo él, llamando su atención-, sé de muchos a los que les gustaría más de lo que crees.

Siley se sobresaltó y, con manos nerviosas, deshizo el nudo de la camiseta y se la bajó. Sabía lo que pensaría de ella, que se la bajaba por vergüenza, pero eso le parecía mejor que la opción de que la viera en ese estado. Él estaba confuso por su reacción. Al fin al cabo, eran amigos.

-¡Yinn! -se giró hacia él, con el agua mojando sus pantalones largos, con desgarros-. ¿Has estado otra vez castigado? -actuó lo más natural que pudo.

El chico frunció el ceño, entrecerrando los ojos.

-No -respondió-. He estado entrenando -se acercó más-, ¿Me he perdido algo? Por ejemplo… -puso su mano bajo el mentó de Siley- …el origen de estos golpes.

-Ya lo sabes -retiró su mano gentilmente- si no, no estarías aquí -alzó la cabeza para mirarle a los ojos.

Él sonrió.

-Si quiero verte, vengo a verte. No me hace falta ninguna excusa-aclaró mientras ella apartaba la mirada-. Pero sí, me lo han contado -admitió-. ¿Desde cuándo vas pidiendo guerra por ahí? Se supone que ese papel es mío-le dio un leve codazo, divertido, en el costado.

Ella intentó ahogar un gemido inútilmente. No era la primera vez que hacía ese gesto y tampoco empleaba tanta fuerza. Yinn la miró extrañado y su mente empezó a sacar conclusiones precipitadas.

-Levántate la camiseta -exigió con dureza.

-Yinn, no es nada, en serio… -protestó ella.

El chico se controló, no gritó, no se alteró, y dijo simplemente con voz demandante:

-Levántatela.